miércoles, abril 22, 2009

Narciso, el Más Bello

En la mitología griega, los dioses no son seres perfectos. En la República de Platón, se hace referencia justamente al hecho de que si los dioses son los modelos a seguir, no deberían ser seres terribles sino bondadosos. En el mito, los dioses son demasiado humanos: rencorosos, lujuriosos e irascibles.


Ningún dios del Olimpo podía soportar que un hombre mortal, tan inferior a ellos, fuera mejor en algún aspecto.
Hay muchas historias sobre hombres que se atrevieron a gozar de la hibris (palabra griega para soberbia) y fueron retados a duelo por los dioses, si la deidad ganaba la competición, el mortal sería destripado o destruido de alguna manera terriblemente sádica. Pasó en todos los rincones del mundo y con cualquier fin u objeto, desde la música, hasta la guerra y desde la agilidad a la belleza. Muchos clamaron ser mejores que los dioses y fueron castigados por ello.

Existen otros casos d hibris en los que los hombre no afirman nada e incluso no saben que tienen esa tan alta capacidad o rasgo. Pero los habitantes del Olimpo reconocen eso y deciden castigarlos por la ofensa, a pesar de que no sea culpa del mortal o que ni siquiera sepa la razón de su castigo.

Un caso así es el de Narciso. El joven era hijo de la ninfa Liriopea y del río Cefiso. Recordemos que en la Mitología Griega los ríos y montes son deificados y convertidos en seres con uso de razón, al igual que muchos otros fenómenos naturales, como el sol, Helios y la luna, Selene.

Narciso nació con una belleza superior. Todos en la Tierra se conmovían por la gracia y la ternura del rostro neonato. Incluso en el Olimpo, los dioses le arrojaron una mirada de aprobación y brotó una lágrima de emoción desde los divinos ojos que poblaban el monte más alto del mundo, el hogar de las poderosas deidades.

Narciso fue creciendo, su imagen se convirtió con el tiempo en la de un hermoso niño lleno de brío y alegría. Los campos por los que corría sonreían ante él y florecían para saludarlo. Las ninfas se peleaban por quién jugaba con el niño cada día. Los pájaros cantaban en su honor y hacían brillar los ojos del niño para placer de todo el mundo.

Pero pronto el niño fue un joven, un adolescente. Algunos mitólogos cuentan que se volvió un hombre lleno de soberbia que no aceptaba un solo cumplido de nadie a menos que apelaran a toda su creatividad, se había vuelto pedante. Otros dicen que, por el contrario, el joven había sido tratado siempre con tanto cariño y tantas atenciones que al llegar a la adolescencia no sabía como moverse en el mundo, había sido protegido con tantos cuidados que ahora salir al mundo solo lo tenía asustado.

Las insinuaciones sexuales y los acosos amorosos fueron de pronto moneda corriente para el joven que era atosigado por mujeres y hombres a la vez. Tuvo amoríos con las más hermosas jóvenes de Grecia, e incluso conoció la lujuria pura, pues también fue amado por Eros, el dios de la Lujuria y la Sensualidad.

Eco era una hermosa ninfa del cortejo de la diosa de la belleza, Afrodita. Zeus, el rey de los dioses, que es conocido por haber tenido amoríos con cientos de miles de mujeres por toda la tierra, a espaldas de su esposa Hera, habló una tarde con la ninfa y la convenció de que durante un día fuera al Olimpo a distraer a su esposa, mientras él se dedicaba a enamorar a las ninfas.

Cuando Hera descubrió el engaño, hizo justicia a su fama de rencorosa y de vengarse de toda traición, y castigó a Eco condenándola a repetir la última palabra de las preguntas que se le hacían. Eco, pudo vivir con su condena, no le causaba demasiados problemas, hasta aquella tarde, en que arruinó su posibilidad de amar, aquella tarde en que paseaba por la Tierra junto a sus amigas ninfas y vio el rostro más hermoso que podía ostentar un mortal, vio el rostro de Narciso.

Después de planear mucho tiempo un encuentro y de imaginar que decirle a aquel hombre, Eco terminó escondiéndose en el bosque. Narciso paseaba con sus amigos por ese mismo sitio, ella lo seguía de cerca. El joven se apartó del grupo, curioso por la imagen que creía haber visto corriendo desnuda por entre los árboles. Preguntó entonces, “¿hay alguien aquí?” y la voz respondió “Aquí, aquí”. Narciso gritó entonces “Ven” y la voz respondió “Ven, ven”.

Eco por fin se animó y salió de entre los árboles y corrió hacia el joven abriendo los brazos. Pero el joven la rechazó, dejándola sola llorando en el bosque. La ninfa se fue apagando y se encerró en una cueva, y fue consumiéndose hasta que solo quedó viva su voz, el eco, que repite siempre las últimas palabras de las preguntas que se le hacen.

Según algunos mitólogos, Apolo, dios de la poesía, la belleza y la música, se sintió ofendido por la extrema belleza del joven Narciso y decidió castigarlo. Esta versión es luego homenajeada en el cuento alemán Blancanieves, recopilado por los hermanos Grimm, donde la madrastra de la niña Blancanieves se siente ofendida por la belleza de la joven al llegar a la adolescencia y decide castigarla por ser más bella que ella misma.

Otros mitólogos adjudican el castigo de Narciso a Afrodita, la diosa protectora de Eco y sus otras ninfas; otros lo adjudican a Némesis, la diosa de la venganza. Pero todos concuerdan en el mismo castigo: Narciso fue guiado, sin que él se diera cuenta siquiera, hacia un espejo de agua, una fuente o un lago. Al asomarse al borde, Narciso vio por primera vez su rostro, y quedó enamorado sin remedio. Absolutamente incapaz de satisfacer sus deseos, Narciso se dejó morir, ahogándose en aquellas aguas.

Su esencia broto de aquellas aguas y de aquel suelo, se enredo entre las raíces de las plantas del lugar y creció la flor más bella: el Narciso.